CABA,
29 de julio de 2020
Mi Maestro: Alfredo Montanaro
Luego de algunos años ya recorridos como flautista nace en mí la necesidad personal de dar una mirada a algunos momentos particulares de mi vida… poniendo énfasis sobre hechos relacionados con mi profesión. Mis comienzos con la flauta es uno de ellos y fue donde el maestro Montanaro tuvo una participación muy importante.
Por Fabio Mazzitelli, CABACon 11 años de edad, mientras cursaba iniciación musical en el Conservatorio Nacional de Música “Carlos López Buchardo”, mi profesor de flauta dulce, sorprendido porque llevé a su clase una flauta traversa de plástico, decidió presentarme en la clase de “Don” Alfredo Montanaro, así lo llamaba y lo sigue haciendo Alberto Devoto.
Por aquel entonces el conservatorio tenía por Rector al Maestro Roberto Garcia Morillo y funcionaba en un majestuoso edificio de la Av. Callao, lucía un enorme cuadro de Lino Spilimbergo en su Hall central y sus fondos daban al edificio de la actual Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, situada sobre la calle Las Heras. El aula de flauta era la número 17, una muy pequeña en el último piso. Conservo aún hoy el recuerdo de aquella noche, el Maestro Montanaro y sus alumnos. Así lo conocí, así empecé.
Don Alfredo, para mí, Maestro Montanaro, había nacido en Italia el 27 de noviembre de 1897, era además de un gran flautista, un hombre hecho de una sola madera, creyente, que por entonces andaba por los 70 largos años. Para mí, como una mezcla entre maestro y abuelo.
Mis primeros libros de flauta, el “El debutante flautista” de Marcel Moyse y el Método de Taffanel-Gaubert están llenos de anotaciones de él, son testigos fieles de sus palabras de aliento, seguidas siempre de unos pesos para ir a comprar un chocolate a lo de la legendaria kiosquera “Argentina”.
En las ingratas notas largas de las primeras lecciones me acompañaba él con su flauta, para alivianar el comienzo.
Pronto tuvimos que comprar un instrumento nuevo para crecer y la clase que la llevé, el Maestro probó la flauta nueva y escuchamos por primera vez su mejor versión de Syrinx de Claude Debussy. Antes de tocar relató el mito que inspiró al compositor. Recuerdo todavía la cara de admiración de mi padre que me acompañaba, creo que fue lo que le llevó al poco tiempo a regalarle una escultura de su autoría.
Era un hombre muy ligado a la literatura, sorprendían textos de Shakespeare escritos a mano con su exquisita caligrafía como prólogo de los libros de estudios diarios.
Los relatos de sus vínculos con las personalidades del mundo musical porteño, nos hacían sentir parte de una gran historia, que no conocíamos pero podíamos intuir. Para Juan José Castro, él había sido el flautista preferido cuando dirigía la Orquesta de la Asociación del Profesorado Orquestal.
Partió del puerto de Nápoles en el año 1926 y le dijo a su madre que viajaría por un año o un año y medio, pero nunca regresó. Estuvo en la primera guerra, relatos de vida que evitaba contar por su profunda tristeza (fuimos pocos los que, ya de más grandes, supimos que una bomba terminó con la vida de todos sus compañeros de batallón y él fue el único que se salvó).
Su vida musical en Italia había sido muy intensa, integró como primera flauta de 1921 a 1923 la banda “Grand Concerto Citta di Chieti” de su ciudad natal, en 1924 fue convocado a Teramo (Abruzzo) para la temporada lírica de donde se desprende la anécdota que siempre contaba con el solo de píccolo de la Opera Iris de Pietro Mascagni. Al año siguiente, 1925, integró también la banda de la ciudad de Lanciano con la que realizó las temporadas líricas hasta el verano de 1926 (la banda había obtenido, según nos contaba, el segundo premio en el concurso de bandas de toda Italia).
También nos decía que tenía en su billetera la carta de recomendación que le había escrito el director de la Banda en Italia cuando él le dijo que viajaba a la Argentina y con orgullo repetía que nunca había tenido necesidad de mostrarla. Sostenía siempre que nuestra mejor carta de presentación era TOCAR.
En 1941 para reemplazar su viejo instrumento compró en Boston USA una flauta Verne Q. Powell 454. En su primer ensayo con la flauta nueva en la Orquesta del Profesorado Orquestal, bajo la dirección del compositor brasileño Lorenzo Fernández, cuando tocó su primer solo, el violista “moreno” que se sentaba adelante se dio vuelta y sonrió, y en la pausa se acercó a preguntarle: “¿Montanaro, cambió la flauta?”
En el año 1948 tocó junto a la Orquesta de Radio del Estado el concierto en Re Mayor de Mozart y a raíz de esta transmisión radial recibió del Brasil una carta sumamente elogiosa de Alfredo Mignone, Profesor de flauta del Conservatorio de Sao Pablo, Primera flauta de la Sinfónica Paulista y padre del compositor Francisco Mignone, quien más tarde le va a dedicar su sonata para flauta y piano. A partir de esa correspondencia se inició una profunda amistad entre ambos de tal magnitud que después de diez años Alfredo Mignone viajó a Buenos Aires para conocerlo personalmente, alojándose en su casa durante veinte días.
Las invitaciones periódicas a su casa a compartir un riquísimo café, tenían unas charlas siempre interesantes sobre música, literatura y también de la vida acompañadas de anécdotas personales, de las que uno no se iba sin una partitura de regalo. En una de esas visitas me pidió que estudiara la obra para flauta sola que le había dedicado Silvano Pichi y seguidamente invitó al compositor para hacérsela escuchar.
Desde 1950 a 1976 fue profesor de flauta en el Conservatorio “Gilardo Gilardi” de ciudad de La Plata. En 1959, durante el rectorado de Luis Gianneo, fundó la cátedra de flauta en el Conservatorio Nacional de Música “Carlos Lopez Buchardo”. Los programas de estudio los concibió con criterios muy actuales, como así también sus ejercicios técnicos escritos para flauta. En especial sus trabajos sobre vibrato realizados en un tiempo donde dicho tema en los instrumentos de viento eran de interés mundial. Todo esto me lleva a la distancia, a visualizarlo como un maestro amante de su trabajo y que tenía un pensamiento de vanguardia en la docencia.
Integró los ensambles de cámara Vivaldi y Mozart. En 1957 funda el quinteto de vientos Philarmonia junto a Pedro Cocchiararo en oboe, Juan Travnik en clarinete, Pedro Chiambaretta en Fagot y Domingo Zullo en corno. En 1959 recibieron la mención del Círculo de Críticos Musicales de Buenos Aires “al mejor conjunto de cámara argentino que había actuado en Buenos Aires”.
29/07/2020
22:09
¿Cual es esa anécdota?